Los antiguos moradores del caserío de Pampa Grande cuentan que por esas tierras, hace muchos años, llegó a vivir un “padrecito” o sacerdote como se les denomina, este personaje era muy amigable y caritativo, el cual de manera rápida se ganó la confianza de la gente de aquel lugar. Con el tiempo el religioso se enteró de la existencia de un perol de piedra el cual estaba ubicado en un lugar escondido del cerro Puñuño.
Un día, el padrecito decidió ir en busca del mencionado perol de piedra, comenzó la subida hacia el empinado cerro, como si fuera un experto escalador, muy rápido ubico el lugar donde estaba el entierro, presuroso empezó a excavar en el accidentado suelo encontrando el místico recipiente, moviéndolo y dejándolo listo para ser trasladado con mucho cuidado. El terreno se había puesto muy blando parece que los espíritus del “Apu” algo tramaban con aquel profanador. Muy presuroso regresó al pueblito y contrato “peones” suficientes para trasladar la vasija de piedra hasta su propiedad.
Al siguiente día, cuando la primera luz del día hacía su aparición ,los chilalos entonaban su alegre silbido y los lugareños alegremente se despertaban para ir a trabajar, el sacerdote salió con sus acompañantes hacia el lugar indicado, cortaron palos y bejucos elaborando una chacana rústica , que es una camilla utilizada para trasladar objetos y personas .Entre copas de cañazo y humo de tabaco de guaña avanzaban cuesta abajo con el perol, los ayudantes sudorosos lanzaban fuertes pitidos de alegría como si fuera un duelo de toros y ante la algarabía de la gente lo llevaron al lugar donde iba a permanecer, fue tanto el júbilo que se desató una fiesta en la que bailaron, tomaron cañazo y fumaron sus cigarrillos de tabaco hechos por ellos mismos, hasta la madrugada pitaban y avivaban la gran hazaña lograda por el padrecito.
Pero en forma increíble y sorprendente el padrecito murió a los quince días de haber sucedido el ansiado desentierro, la gente decía que le agarró vómito y hemorragia de sangre por boca y nariz, y que hasta le cogió diarrea de sangre. A decir de los moradores más antiguos de aquel humilde lugar, es que el padrecito había sido castigado por los espíritus que cuidan las huacas encantadas, el cura pagó con su muerte la osadía de haberle quitado al cerro Puñuño parte de su riqueza que los gentiles le habían encargado para que la cuide y proteja.
Hoy en día los moradores del sector todavía recuerdan aquel insólito acontecimiento y los que se refieren a la existencia del perol de piedra, lo hacen con la más mínima importancia del caso por temor a los castigos que puedan recibir del cerro Puñuño.
Un día, el padrecito decidió ir en busca del mencionado perol de piedra, comenzó la subida hacia el empinado cerro, como si fuera un experto escalador, muy rápido ubico el lugar donde estaba el entierro, presuroso empezó a excavar en el accidentado suelo encontrando el místico recipiente, moviéndolo y dejándolo listo para ser trasladado con mucho cuidado. El terreno se había puesto muy blando parece que los espíritus del “Apu” algo tramaban con aquel profanador. Muy presuroso regresó al pueblito y contrato “peones” suficientes para trasladar la vasija de piedra hasta su propiedad.
Al siguiente día, cuando la primera luz del día hacía su aparición ,los chilalos entonaban su alegre silbido y los lugareños alegremente se despertaban para ir a trabajar, el sacerdote salió con sus acompañantes hacia el lugar indicado, cortaron palos y bejucos elaborando una chacana rústica , que es una camilla utilizada para trasladar objetos y personas .Entre copas de cañazo y humo de tabaco de guaña avanzaban cuesta abajo con el perol, los ayudantes sudorosos lanzaban fuertes pitidos de alegría como si fuera un duelo de toros y ante la algarabía de la gente lo llevaron al lugar donde iba a permanecer, fue tanto el júbilo que se desató una fiesta en la que bailaron, tomaron cañazo y fumaron sus cigarrillos de tabaco hechos por ellos mismos, hasta la madrugada pitaban y avivaban la gran hazaña lograda por el padrecito.
Pero en forma increíble y sorprendente el padrecito murió a los quince días de haber sucedido el ansiado desentierro, la gente decía que le agarró vómito y hemorragia de sangre por boca y nariz, y que hasta le cogió diarrea de sangre. A decir de los moradores más antiguos de aquel humilde lugar, es que el padrecito había sido castigado por los espíritus que cuidan las huacas encantadas, el cura pagó con su muerte la osadía de haberle quitado al cerro Puñuño parte de su riqueza que los gentiles le habían encargado para que la cuide y proteja.
Hoy en día los moradores del sector todavía recuerdan aquel insólito acontecimiento y los que se refieren a la existencia del perol de piedra, lo hacen con la más mínima importancia del caso por temor a los castigos que puedan recibir del cerro Puñuño.
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